BARCELONA, CIUDAD PRODIGIOSA
Me encontraba en plena Barcelona en el centro de la Plaza Cataluña. Eran las doce del mediodía y el sol lucía radiante. Desde el banco en el que estaba sentada podía observar múltiples situaciones.
En medio de la plaza, un matrimonio de abuelos daba de comer a las palomas. Él vestía unos pantalones de color azul eléctrico, de esos que llevan los mecánicos y ella, un vestido de flores de colorines, que destacaba entre los rosales que rodeaban a la pareja. A mi derecha, había un hombre con una paradita ambulante de chucherías. También había niños que venían del colegio e iban vestidos con sus uniformes de cuadros rojos y verdes. Estos chillaban al vendedor con emoción pidiéndole piruletas rojas, caramelos verdes y chupa-chups de todos los colores. A mi izquierda, una pareja de mediana edad discutía, chillando a grito limpio, mientras la gente que paseaba los observaba y cuchicheaba. La pareja presentaba un estado de dejadez lamentable. El hombre llevaba una americana de cuadros marrones rota y la mujer iba con un mono tejano plagado de manchas.