dissabte, 27 d’abril del 2013

Una mañana lluviosa de sábado

Barcelona. Sábado. Las nueve de la mañana y te despiertas sin que suene el despertador. Sacas el brazo de debajo de las sábanas y retiras la manta. Es abril y aún hace frío. Coges el móvil de la mesita de noche y miras la hora una y otra vez pensando por qué narices te has despertado tan pronto. De hecho, recuerdas que te fuiste a dormir a las doce pero que a las dos te despertó la risa de alguien. Y das gracias que fueron las carcajadas y no el llanto. A las seis volviste a mirar la hora inquieta sin saber de dónde venían esos nervios que sentías. 
Hacerte la remolona durante una hora y subir la persiana. Quedarte mirando el cristal de la ventana y las gotas de agua que se deslizan por él lentas y sin prisa. El ruido que producen cuando caen en el vidrio te recuerda momentos vividos: El pasado verano en el jardín viendo cómo caía granizo, tú corriendo descalza con 10 años por el asfalto de tu calle mientras llovía. Tardes en las que pasan las horas a ritmo tempestivo en el bar del pueblo. Hace dos meses con el pelo encrespado recorriendo las calles de la ciudad condal. La lluvia igual que el sol nos acompaña a diario en miles de situaciones vividas. Tenemos la manía de ligarla a lo triste pero cuando hacemos memoria nos sale la sonrisa. 
Te sientas en la silla del escritorio frente a la ventana y te das cuenta de cómo pasan los años. Miras atrás y hay tanto que ha cambiado. Tú en el mismo sitio físico pero has avanzado ya tanto y quieres  llegar a obtener más. La familia y los amigos, para muchos lo más grande, algunos siempre a tu lado, otros ya se han alejado. Te levantas. Es hora de desayunar y continuar. Es sábado, uno de esos fines de semana extraños, de recuerdo, de nostalgia, de sonrisas.

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